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            ¡AYÚDANOS A LOCALIZAR A SU FAMILIA!

 

              ¡Urgente!

 

Có thể là hình ảnh về 1 người và văn bản cho biết '¡AYÚDANOS A LOCALIZAR A SU FAMILIA! RUBI "N' Edad: 1 años 9 meses Cualquier información dirigirse a: Carretera Federal Puebla-Atlixco, KM 4.5, No. 4405 Col. Emiliano Zapata, ,SanAndrés San Andrés Cholula, Puebla Tel: (222) 295 17 12 PUEBLA Gobierno GobiernodelEstado del Estado 2024 Familias Sistema Estatal DIF'

 

 

RUBI “N” de 1 año 9 meses está resguardada esperando a que un familiar pase por ella, ayúdanos a encontrar su familia duplicando la información 🙏🏻🙏🏻🙏🏻🙏🏻🙏🏻🙏🏻🙏🏻

 

 

Cualquier información dirigirse a:
Carretera Federal Puebla-Atlixco, KM 4.5, No. 4405 Col. Emiliano Zapata, San Andrés Cholula, Puebla Tel: (222) 295 17 12 ‼️🚨

 

**EL K9 NO QUISO DEJARLO — NI SIQUIERA EN EL FUNERAL**

No pensé que lloraría tanto. No frente a toda esa gente. Pero cuando Rex —el compañero K9 retirado de mi tío— saltó sobre el ataúd, algo dentro de mí se rompió.
El tío Mateo era un veterano de combate, duro como pocos. Sirvió en dos misiones y volvió a casa con Rex, un pastor alemán negro azabache que probablemente le salvó la vida más de una vez. Desde entonces, fueron inseparables. Rex incluso lo acompañó en la vida civil, trabajando en búsqueda y rescate durante cinco años más. Cuando el tío Mateo falleció por una afección cardíaca, todos sabíamos que Rex lo tomaría muy mal. Pero yo no estaba preparado para lo que realmente pasó.
El servicio fue silencioso, solemne. Honores militares, entrega de la bandera, todo. Yo estaba de pie junto a mi madre, apretándole la mano con tanta fuerza que creo que le dejé marcas. Cuando llevaron el ataúd al frente, alguien dejó salir a Rex de su jaula. Al principio, solo caminó lentamente, olfateando el aire como si no supiera dónde estaba Mateo.
Y entonces saltó. Directo sobre el ataúd. Sin ladrar, sin gruñir — solo un quejido bajo y profundo, mientras se recostaba encima, con la cabeza apoyada sobre la bandera doblada. El lugar quedó en silencio. Y entonces comenzó el llanto. Hombres adultos llorando. Mi prima cayendo de rodillas. Incluso el sacerdote tuvo que detenerse.
Y entonces —Dios, aún no sé qué lo llevó a hacerlo— Rex empezó a rasguñar el ataúd, como si quisiera entrar.
Fue ahí cuando el encargado del funeral se apresuró para bajarlo.
Pero me puse delante.
**“Ni se te ocurra,”** le dije.
Porque lo que Rex hizo después… 👇🏻👇🏻👇🏻
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Ni siquiera en el funeral, el K9 quiso dejarlo solo.

 

No pensé que lloraría tanto. No frente a tanta gente. Pero cuando Rex —el excompañero K9 de mi tío— saltó sobre el ataúd, algo dentro de mí se rompió.

El tío Mateo era un veterano de guerra, tan fuerte como cualquiera. Después de dos misiones, volvió a casa con Rex, un pastor alemán negro como el carbón, que probablemente le salvó la vida más de una vez. Desde entonces, fueron inseparables. Incluso después de dejar el ejército, Rex trabajó cinco años más en búsqueda y rescate. Todos sabíamos que la muerte del tío Mateo por un problema cardíaco afectaría profundamente a Rex. Pero yo no estaba preparado para lo que realmente ocurrió.

 

 

La ceremonia fue solemne y respetuosa. Honores militares, entrega de la bandera, todo en orden. Estaba de pie junto a mi madre, apretándole la mano tan fuerte que probablemente le dejé marcas. Cuando colocaron el ataúd en su lugar, alguien abrió la jaula de Rex. Al principio, él se acercó lentamente, olfateando el aire como si no entendiera dónde estaba Mateo.

Entonces saltó. Directamente sobre el ataúd. Se acostó encima, con la cabeza apoyada en la bandera doblada, gimiendo con un sonido bajo y profundo. No ladró. No gruñó. Solo ese llanto desgarrador. El silencio se apoderó del lugar. Y luego, empezaron los sollozos. Hombres adultos llorando. Mi prima cayendo de rodillas. Incluso el sacerdote tuvo que detenerse.

Y luego —Dios, todavía no entiendo por qué— Rex comenzó a rasguñar el ataúd, como si quisiera meterse dentro.

El director de la funeraria se apresuró a intervenir para bajarlo.

Pero me interpuse.

“Ni se te ocurra,” dije.

Porque lo que hizo Rex después cambió no solo ese día, sino muchas cosas en mi vida.

Me miró con una tristeza tan pura que parecía suplicar ayuda para encontrar a Mateo. Aunque el ataúd estuviera cerrado, Rex no podía comprender su ausencia. Seguía empujando el ataúd con el hocico, gimiendo, esperando una respuesta.

Alrededor, la gente empezó a moverse incómoda.
“Tenemos que continuar,” susurró el director de la funeraria en mi oído.
“Hay un horario.”
Pero no podía permitir que alejaran a Rex así. No después de todo lo que significaba para mi tío. Era como quitarle su último momento juntos.

Extendí la mano.
“Déjenlo tener su momento. Se lo merece.”

Y se lo permitieron. En ese silencio suspendido, Rex y el ataúd quedaron solos, mientras los soldados de la guardia de honor —recién después de entregar la bandera— bajaban la cabeza. Uno de ellos incluso lloraba.

Después de casi un minuto, Rex bajó lentamente, con la cola baja. Caminó hacia mí y apoyó su hocico en mis rodillas. Aún cojeaba un poco por una herida antigua —una bala que recibió protegiendo a mi tío. Me arrodillé y acaricié su cabeza. Al ver mis gestos, sus orejas se levantaron, como si recordara las veces que me vio en la casa de Mateo.

El director suspiró aliviado. Apenas escuché el toque de trompeta y la última salvas de honor. Todo lo que sentía era el latido de Rex bajo mi mano.

La recepción posterior fue extraña. Todos contaban historias de Mateo: cómo enseñó a mi primo a andar en bici, cómo siempre hacía reír, cómo jamás se rendía. Pero mis ojos seguían volviendo a donde estaba Rex, quieto. La señora Castillo, una vecina, trató de darle jamón, pero él no reaccionó. Era como si todavía lo buscara.

Mi madre se me acercó, puso una mano en mi hombro y susurró:
“Sabes que necesita a alguien.”

Lo entendí. Legalmente, Rex era de mi tío. Ahora necesitaba un hogar. Estuve por decir “Tal vez tía Cecilia lo cuide”, pero la miré y vi su rostro roto. No estaba en condiciones. El resto de la familia tampoco tenía tiempo ni espacio para un perro con la energía y el pasado de Rex. Y mi primo solo tenía dieciséis años.

Entonces lo supe. Yo quería hacerlo. El tío Mateo fue como un segundo padre para mí. Me apoyaba en mis partidos, me enseñó que no había problema en fallar si uno se levantaba de nuevo. ¿Y Rex? Rex era parte de él. Era su legado viviente.

Asentí hacia mi madre. Ella ya sabía.

Dos días después, llevé a Rex a casa. Pero no fue solo abrir la puerta. Rex estaba acostumbrado a una rutina estricta, ejercicios de obediencia, correr cada mañana con Mateo. Pero ahora… se veía triste. Olfateaba mi pequeño departamento buscando botas o el abrigo de mi tío. Dormía al lado de su vieja mochila militar.

Después de una semana, empecé a preocuparme. Apenas comía. No movía la cola. Me seguía por inercia. Como si esperara órdenes que ya no llegarían.

Entonces decidí llevarlo a la finca de Mateo, un viejo rancho fuera de la ciudad. Tía Cecilia y las autoridades me autorizaron. Para ella, era demasiado doloroso volver. Pero yo sentía que Rex necesitaba eso.

Llegamos al atardecer. El sol bañaba el patio polvoriento. Apenas estacionamos, Rex alzó las orejas. Salió del auto y fue directo al viejo campo de entrenamiento. Allí todavía estaban los conos, las rampas, las estructuras.

Me quedé quieto, viéndolo. Se acercó al muro, lo olfateó y me miró como si dijera:
“¿Vamos a hacerlo o qué?”

Recordé a Mateo entrenándolo. En vez de decir “ataque”, usaba una palabra especial:
“Avanza.”
Avanzar. No detenerse.

Respiré profundo.
“Rex, avanza,” dije en voz baja.

Y lo hizo. Corrió, saltó el muro, esquivó los conos. Por primera vez, movía la cola. Corrió de vuelta hacia mí. Durante una hora, fuimos como antes. Obedecía, se enfocaba, estaba vivo.

Al final, caímos rendidos junto al granero. Rex apoyó su hocico en mi hombro y suspiró. Por primera vez desde el funeral, parecía en paz.

Y yo también.

Cuidarlo me dio propósito. El legado de Mateo no era solo una bandera doblada o medallas. Era amor, lealtad, la fuerza de seguir.

Rex se adaptó. No era de los que brincan de emoción, pero me acompañaba en los días difíciles. Algunas noches lo veía vigilando desde la ventana.

Meses después, el teniente O’Dell, viejo amigo de Mateo, me llamó: un nuevo centro K9 llevaría el nombre de mi tío. Me invitaron a asistir con Rex. Pensé que sería algo pequeño. Pero fue una celebración. Veteranos contaron historias. Todos lloramos.

Cuando me tocó hablar, mi voz tembló. Conté cómo Mateo había encontrado a Rex herido y lo convirtió en un verdadero héroe. Puse mi mano sobre Rex y supe que aún estábamos sanando.

La ceremonia terminó con aplausos. Un periodista tomó fotos de Rex frente al nuevo centro. Se portó como un caballero, dejando que los niños lo acariciaran.

De camino a casa, pensé en una sola palabra:
“Avanza.”
Sigue. No te detengas.

Esa noche dormí sin despertarme. Al día siguiente, desayunamos juntos. El sol entraba por la ventana. Por primera vez en mucho tiempo, sentí esperanza.

La pérdida nunca se va del todo. Pero el amor —el que Mateo sentía por Rex, y el que Rex aún siente por él— permanece. Y nos impulsa a seguir, incluso cuando sentimos el vacío.

Quiero dejarte con esto: a veces los lazos más profundos son los que nos levantan tras el duelo. Honramos a quienes se fueron al mantener su esencia viva. Al amar. Al no rendirnos.

Si esta historia te tocó, compártela con alguien. Dale “me gusta”. Nunca sabes quién necesita leer estas palabras. Porque la lealtad y la esperanza pueden iluminar hasta los caminos más oscuros.