En 1980, cuatro monjas de un pequeño pueblo del norte de California desaparecieron misteriosamente sin dejar rastro…
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En 1980, cuatro monjas de un pequeño pueblo del norte de California desaparecieron misteriosamente sin dejar rastro, sumiendo a su comunidad en dolor e incontables especulaciones. Durante 28 años, el caso se convirtió en un fantasma que rondaba Eldon Hollow.
El padre Elías Moró, párroco de Santa Inés de la Misericordia, aún recuerda con una punzada de culpa que entre las desaparecidas estaba su propia hermana biológica, la hermana Teres. El aniversario de aquel día siempre lo dejaba exhausto emocionalmente, pero este año decidió algo diferente: volver al lugar donde todo empezó.
Ese lugar, la capilla de Santa Dinfna, ya no existía. Según el antiguo guardián, Harold Gibbons, fue vendida en 1982 a un hombre llamado Silas Redwood, quien la demolió. Intrigado, el padre Elías condujo hasta la entrada de la propiedad, una puerta cerrada con un gran cartel de PROHIBIDO EL PASO.
El sacerdote, siguiendo un impulso difícil de explicar, rodeó la valla buscando un punto desde el cual ver el terreno. Entonces, por accidente, rompió una sección debilitada de la cerca… y se encontró frente a un jardín meticulosamente cuidado donde antes se alzaba la capilla.
Nada quedaba… salvo una rejilla metálica oxidada medio oculta entre arbustos ornamentales. Al inclinarse para inspeccionarla, Elías escuchó algo que hizo que la sangre se le helara: un suave tarareo melódico… seguido de una tos humana.
No había duda: alguien estaba ahí abajo.
Sacó su teléfono, marcó el 911 y explicó lo que oía. Minutos después, llegó Harold y, poco más tarde, dos agentes del sheriff. Los cuatro se agacharon junto a la rejilla y, tras unos segundos de silencio, lo escucharon todos: una voz femenina tarareando una antigua antífona mariana.
Los agentes decidieron hablar con Redwood. Este, visiblemente molesto, negó cualquier conocimiento de estructuras subterráneas y se negó a dar permiso para registrar. La policía se retiró… pero prometió volver con una orden judicial.
Horas después, el oficial Williams consiguió la autorización y organizó una entrada. Redwood, escoltado, guió a regañadientes a los agentes por un sendero hasta un cobertizo. El registro parecía rutinario… hasta que una llave caída golpeó el suelo, revelando un sonido hueco. Al retirar las tablas, apareció una escalera de piedra que descendía hacia la oscuridad.
Los oficiales bajaron, iluminaron con linternas y hallaron una pesada puerta de madera. La abrieron con una llave escondida en la pared. Tras un estrecho túnel, llegaron a una cámara subterránea iluminada por una luz tenue. En el suelo, sobre un colchón, una anciana extremadamente delgada les miraba con ojos hundidos… y un rosario de madera en la mano.
El oficial Williams dio un paso adelante:
—Señora, soy el oficial Williams del Departamento del Sheriff. ¿Puede decirme su nombre?
Sus labios agrietados se movieron con esfuerzo.
—Hermana Teres… Teres Moró.
En el coche de Harold, observando la transmisión de la cámara corporal, el padre Elías se llevó una mano a la boca, incapaz de contener un sollozo.
Su hermana… estaba viva.
Parte 2
En cuanto escuchó el nombre, el padre Elías no pudo contenerse. Abrió la puerta del coche de Harold y corrió hacia el perímetro policial.
—¡Esa es mi hermana! —gritó, con la voz quebrada—. Soy el padre Elías Moró… lleva 28 años desaparecida, por favor, déjenme verla.Un oficial, reconociendo su nombre, consultó por radio y finalmente le permitió acercarse hasta el cobertizo.
—Espere aquí, padre —le advirtió el agente—. Los paramédicos la traerán en cuanto podamos sacarla.La espera fue eterna. Desde la entrada vio cómo la pequeña cámara subterránea se llenaba de personal médico. Poco después, emergieron dos paramédicos transportando a la hermana Teres en una camilla. Era tan frágil y delgada que apenas se distinguía su figura bajo la manta.
Cuando pasó junto a él, giró la cabeza con un esfuerzo visible. Sus miradas se encontraron. Elías reconoció de inmediato la luz en sus ojos: la misma que había visto el día que ella tomó sus votos. Sus labios se movieron, sin voz, pero él entendió perfectamente las palabras:
—Dios nunca me abandonó.Tras ella, otro equipo subía una bolsa para cadáveres: restos humanos que, según se sabría después, pertenecían a la hermana Beatrice.
Más atrás, custodiado por dos agentes y con esposas, apareció Silas Redwood. La arrogancia que había mostrado horas antes se había transformado en un rictus amargo. Al pasar junto a Elías, se inclinó bruscamente y le escupió al rostro.
—¿Orgulloso de ti mismo, padre? —escupió con veneno.
El sacerdote, sin apartar la mirada, se secó con calma.
—Lo cuento como gozo, por haber sufrido como mi Señor —respondió.
Revelaciones inquietantes
En el hospital, mientras la hermana Teres era estabilizada, el oficial Williams llamó al padre Elías.
—Hemos registrado la casa —le dijo—. Encontramos un diario. Redwood llevaba décadas anotando sus pensamientos… y sus crímenes.En sus páginas, confesaba su odio a la Iglesia y, en particular, a las monjas. De niño, su madre lo había abandonado para entrar en un convento; fue criado por una abuela católica que lo maltrataba “en nombre de la disciplina”. Para él, las religiosas eran mujeres que traicionaban su “deber natural” de ser esposas y madres.
Según el diario, las dos monjas mayores, Mildred y Joan, murieron en el primer año de cautiverio. La hermana Beatrice sobrevivió casi una década antes de sucumbir a una infección sin tratamiento. La hermana Teres, en cambio, fue mantenida separada… objeto de una fijación enfermiza por parte de Redwood.
—Padre —añadió Williams—, la sometió a abusos físicos y psicológicos durante años. Es un milagro que haya mantenido la cordura.
Elías apretó los dientes.
—Mi hermana no pecó. El pecado es enteramente suyo —dijo, refiriéndose a Redwood.
El plan del secuestro
Las anotaciones describían con frialdad cómo había logrado llevarse a las cuatro monjas sin dejar rastro. Se hizo pasar por un vecino cordial y les llevó té y provisiones durante su retiro en la capilla de Santa Dinfna. El té estaba drogado. Las mayores cayeron inconscientes; cuando las jóvenes las auxiliaban, él aprovechó para reducirlas una a una.
Las trasladó de noche a su vehículo por un pasillo de servicio, eliminando cualquier rastro: quemó bolsas, cartas, ropa de cama, y limpió con lejía para destruir pruebas. Compró la propiedad poco después y la demolió para enterrar su crimen bajo tierra, construyendo cámaras y túneles bajo el pretexto de paisajismo.
Reencuentro
Horas más tarde, la doctora Chen permitió al padre Elías ver a su hermana en la UCI, con equipo protector. Teres estaba irreconocible físicamente, pero sus ojos aún brillaban con la fe de siempre.
—Elías… ¿me encontraste? —susurró.
—Nunca dejé de buscarte —respondió él, con lágrimas bajo la mascarilla—. Nunca dejé de rezar.
—Sabía que lo harías. Se lo dije a Beatrice: Dios te enviaría algún día.La enfermera indicó que debía terminar la visita. Elías le prometió que no se movería del hospital.
—Descansa, hermana. Dios está contigo… y yo también.
Epílogo
Redwood enfrenta múltiples cargos: secuestro, asesinato, detención ilegal, abuso sexual y encubrimiento. La fiscalía ha anunciado que pedirá cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional.
Para el padre Elías, el hallazgo de su hermana fue un milagro, pero también una herida abierta. Teres deberá enfrentar un largo proceso de recuperación física y emocional. Sin embargo, si algo quedó claro aquel día es que su fe, a pesar de casi tres décadas de oscuridad, no se quebró.
“La luz brilla en las tinieblas —citó Elías en la sala de prensa— y las tinieblas no la vencieron.”
Parte Final
La mañana después del rescate, el hospital de Redwood emitió un comunicado oficial: la hermana Teres Moró permanecía en estado estable, bajo observación médica constante. El equipo de la doctora Chen trabajaba sin descanso para estabilizar su sistema inmunológico y revertir los efectos de décadas de cautiverio.
En la sala de espera, el padre Elías, exhausto, recibía constantes visitas de miembros de su congregación, feligreses que venían a mostrar su apoyo y orar. Muchos habían dado por muerta a Teres hacía años, y ahora la noticia de su hallazgo se había extendido por todo Eldon Hollow como un rayo de esperanza.
La justicia en marcha
Mientras tanto, Silas Redwood comparecía ante el tribunal del condado de Shasta para su audiencia preliminar. Las pruebas eran abrumadoras:
El diario manuscrito, con descripciones de los secuestros y cautiverios.
Restos óseos que coincidían con dos de las monjas desaparecidas.
Evidencias fotográficas y objetos personales de las víctimas encontrados en las cámaras subterráneas.
La jueza ordenó su detención sin fianza, considerando el riesgo de fuga y la gravedad de los cargos. El fiscal anunció que buscaría cadena perpetua sin libertad condicional, y no descartó la pena máxima permitida por la ley estatal.
La confesión indirecta
En su celda, Redwood se mantuvo en silencio ante las preguntas de los investigadores. Sin embargo, fragmentos de conversaciones interceptadas con su abogado revelaron su desprecio hacia las víctimas y su total ausencia de remordimiento.
“Sobrevivió porque yo quise que sobreviviera”, llegó a decir sobre Teres.
Estas palabras, filtradas a la prensa, indignaron a la comunidad y reforzaron la imagen pública de Redwood como un depredador calculador.
Recuperar la fe… y la vida
Los días siguientes fueron un proceso lento para la hermana Teres. Reaprendió a caminar con la ayuda de fisioterapeutas, se adaptó a la luz solar tras años de penumbra, y comenzó terapia psicológica especializada en víctimas de cautiverio prolongado.
El padre Elías estaba a su lado en cada visita permitida. A menudo, simplemente se quedaban en silencio, tomados de la mano, dejando que la presencia mutua hablara por ellos.
En una de esas visitas, Teres le dijo:
—No quiero que me recuerden solo como una víctima. Quiero que sepan que seguí rezando, que seguí creyendo.
—Y así será —le prometió él—. Esta historia no termina en Redwood. Termina en tu libertad.
Un nuevo propósito
Meses después, ya dada de alta, Teres anunció que no volvería a la vida conventual, pero sí continuaría sirviendo a la comunidad. Decidió trabajar con organizaciones que apoyan a víctimas de secuestro y abuso, compartiendo su testimonio para inspirar y advertir.
Eldon Hollow celebró una misa de acción de gracias en Santa Inés. La iglesia estaba llena; incluso personas que habían dejado de asistir regresaron para presenciar el milagro. Teres habló brevemente al final del servicio:
“Estuve enterrada en la oscuridad durante 28 años, pero nunca dejé de buscar la luz. Hoy, esa luz está aquí, con ustedes”.
Epílogo
Silas Redwood fue declarado culpable de todos los cargos y sentenciado a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional. Murió en prisión años después, sin mostrar arrepentimiento.
La propiedad donde antes se alzaba la capilla de Santa Dinfna fue confiscada y, por iniciativa conjunta de la diócesis y la comunidad, convertida en un jardín memorial en honor a las víctimas. Una placa con los nombres de las cuatro monjas recuerda a todos que el mal puede esconderse incluso en los lugares más tranquilos, pero también que la fe y la perseverancia pueden traer la verdad a la luz.
El padre Elías, ya anciano, visita el jardín cada aniversario. Se sienta bajo un roble joven plantado en memoria de su hermana y, con una sonrisa serena, reza en silencio. Sabe que la historia que marcó su vida terminó no solo con justicia, sino con la victoria de la esperanza sobre la oscuridad.